15 los sacerdotes, postrados ante el altar con sus vestiduras
sacerdotales, suplicaban al Cielo, el que había dado la ley sobre los bienes
en depósito, que los guardara intactos para quienes los habían depositado.
16 El ver la figura del sumo sacerdote llegaba a partir el alma, pues su
aspecto y su color demudado manifestaban la angustia de su alma.
17 Aquel hombre estaba embargado de miedo y temblor en su cuerpo,
con lo que mostraba a los que le contemplaban el dolor que había
en su
corazón.
18 De las casas salía en tropel la gente a una rogativa pública porque
el lugar estaba a punto de caer en oprobio.
19 Las mujeres, ceñidas de saco bajo el pecho, llenaban las calles; de
las jóvenes, que estaban recluidas, unas corrían a las puertas, otras subían a
los muros, otras se asomaban por las ventanas.
20 Todas, con las manos tendidas al cielo, tomaban parte en la
súplica.
21 Daba compasión aquella multitud confusamente postrada y el
sumo sacerdote angustiado en honda ansiedad.
22 Mientras ellos invocaban al Señor Todopoderoso para que
guardara intactos, en completa seguridad, los bienes en depósito para
quienes los habían confiado,
23 Heliodoro llevaba a cabo lo que tenía decidido.
24 Estaba ya allí mismo con su guardia junto al Tesoro, cuando el
Soberano de los Espíritus y de toda Potestad, se manifestó en su grandeza,
de modo que todos los que con él juntos se habían atrevido a
acercarse,
pasmados ante el poder de Dios, se volvieron débiles y cobardes.
25 Pues se les apareció un caballo montado por un jinete terrible y
guarnecido con riquísimo arnés; lanzándose con ímpetu levantó contra
Heliodoro sus patas delanteras. El que lo montaba aparecía con una
armadura de oro.
26 Se le aparecieron además otros dos jóvenes de notable vigor,
espléndida belleza y magníficos vestidos que colocándose a ambos lados, le
azotaban sin cesar, moliéndolo a golpes.
27 Al caer de pronto a tierra, rodeado de densa oscuridad, lo
recogieron y lo pusieron en una litera;